Memorias, poder y orden social
1. Memorias, poder y orden social
Reflexionemos:
¿Qué es la memoria?
¿De quién es la memoria?
¿Qué es la historia?
¿De quién es la historia?
Todo orden social se sostiene sobre el enaltecimiento de unas memorias particulares
que consagran un cierto tipo de versión de la historia. En estos relatos,
se glorifican unas personas al otorgarles el estatus de héroes. Ellas por
lo general pertenecen a ciertos sectores de clase, grupos políticos, un sexo en
particular, una opción sexual y una etnia.
Las narrativas sobre el pasado, a la vez que enaltecen a unos grupos, devalúan a
otros transformando sus diferencias en justificaciones para que sean objeto de
tratos discriminantes que consolidan su desigualdad cultural, social, política y
económica. Estas versiones son aceptadas, o abierta o subrepticiamente confrontadas
por los relatos alternos que producen los excluidos y los subordinados.
La memoria, por tanto, es un campo en tensión donde se construyen y refuerzan
o retan y transforman jerarquías, desigualdades y exclusiones sociales.
También es una esfera donde se tejen legitimidades, amistades y enemistades
políticas y sociales. La manera como las personas recuerdan el pasado distribuye
responsabilidades entre los distintos actores del conflicto y evalúa moralmente
su conducta. Así, las personas, desde sus memorias, enjuician las decisiones
y estrategias de los actores en disputa y adoptan distintas posturas
ante el orden, las instituciones, los actores políticos y sociales. Por ejemplo,
mediante sus memorias, los habitantes confieren distintos grados de legitimidad
o ilegitimidad a los actores colectivos, confían o desconfían frente a ellos,
adhieren o se distancian de los partidos y de las instituciones, se identifican con
unos mientras rechazan profundamente a otros, levantan distintos reclamos
frente a la violencia y se ubican de diferente manera frente a la reparación.
Por esta razón, partimos de reconocer que construir memoria es un acto político
y una práctica social
Recordemos:
Construir memoria es un acto político y una práctica social.
La memoria es un campo en tensión donde se construyen y refuerzan
o retan y transforman jerarquías, desigualdades y exclusiones sociales.
También es una esfera donde se tejen legitimidades, amistades y enemistades
políticas y sociales.
1.2. Polarización social y horizonte ético de la memoria histórica
Reflexionemos:
¿Cómo afecta el conflicto las memorias?
¿Qué historia cuentan los actores armados sobre el conflicto y
sobre sus actuaciones?
¿Existen diferencias entre los hechos y las
historias contadas por los actores armados?
En una sociedad en conflicto, la guerra produce un cierto tipo de orden fundado
en la polarización. Esa polarización se despliega no solo en los campos
de batalla sino que también deja su impronta en todos los espacios de la vida
en sociedad.
Los actores armados de uno u otro lado buscan instaurar sus versiones del
pasado como verdades absolutas y presentan sus intereses particulares como
demandas patrióticas o revolucionario-populares. En este afán de control de
la historia y de la memoria, los actores del conflicto manipulan las versiones
sobre lo ocurrido para justificar sus acciones y estigmatizan las interpretaciones
políticas y sociales que les son adversas.
En un contexto así, un esfuerzo de búsqueda de justicia para las víctimas precisa
oponerse a la imposición de una memoria política, la de los vencedores
de uno u otro cuño, que legitimaría los actos cometidos así fuesen las peores
atrocidades, justificándolas por el hecho de estar defendiendo a “la patria”
(Lira, 2001:49) o luchando por el pueblo.
Aún en los campos comunitario y personal, muchas veces individuos y colectivos
se encargan de seleccionar lo que debe ser recordado para preservar
la imagen de unidad, probidad y heroísmo que se quiere transmitir a terceros
sobre la historia comunal. Se silencian así las memorias y los hechos,
incó-modos que confrontan al grupo con un pasado más complejo donde sus
miembros no solo han sido capaces de actos de heroísmo sino también de iniciativas
mezquinas y vengativas que ponen en vilo la supervivencia de la propia
comunidad. Estas autocensuras aplican tanto para las comunidades como
para individuos y sociedades enteras que se apegan a discursos que resaltan
atributos, progresos y acciones positivas, pero ignoran, silencian y evaden los
episodios vergonzosos de la historia pasada contribuyendo con ello a validarlos
y a repetirlos.
En contravía de estos ocultamientos, los procesos de elaboración de memoria
histórica pueden convertirse en el terreno desde el cual se auspicia la formación
de identidades individuales y colectivas más democráticas y responsables,
que asumen con entereza tanto los actos de heroísmo y generosidad de los
que han sido capaces como sus propios errores y desaciertos. Además, una
iniciativa de construcción democrática de la memoria histórica del conflicto
debe propiciar la elaboración, reelaboración y transmisión de historias más
complejas y plurales sobre la guerra individual, comunal, regional y nacional
(Theidon, 2007 y 2002).
En este punto es necesario entonces reconocer que además de la carga de
subjetividad que la memoria introduzca en la narrativa histórica, el informe
de MH integra en el momento del análisis la eficacia de los hechos. Por ello
el trabajo del área además de reconocer la diversidad de voces y de subjetividades,
centra su atención en el análisis de los hechos violentos, en particular
las formas de infracción al Derecho Internacional Humanitario (DIH) y la
múltiples violaciones a los derechos humanos (DH) ocurridas en la confrontación,
cuya documentación, evaluación y reconocimiento público definen el
horizonte ético del trabajo del equipo.
Recordemos:
La narrativa de los hechos está cargada de la subjetividad de los actores
que la relatan. Los hechos tienen una eficacia propia. Se producen así
no correspondan con la subjetividad de los actores que los interpretan.
Por ello el ejercicio de construir memoria histórica debe ser:
•
- Responsable: analizando los hechos en su conjunto, recopilan- do no solamente aquellos aspectos loables de nuestras comuni- dades de pertenencia, sino también los desaciertos y los erro- res cometidos.
• Democrático: reconociendo y respetando la diversidad de vo-
ces y de subjetividades en su interpretación.
• Ético: documentando, evaluando y reconociendo públicamen-
te todos los hechos violentos, cometidos por los actores del con-
flicto, en particular aquellos hechos que infringen el Derecho
Internacional Humanitario o violan los derechos humanos.
Las batallas de las memorias contra las exclusiones y las supresiones
Reflexionemos:
¿Por qué se excluyen algunos actores de los relatos de la historia?
¿Encuentras relaciones entre actores excluidos en la sociedad y grupos
sociales con pocas oportunidades?
¿Qué correspondencia hay entre los
actores excluidos y las oportunidades que tienen dichos actores en
la sociedad?
Si la guerra polariza las memorias, un proyecto de democratización e inclusión
va en el sentido contrario. Pero para democratizar las memorias es necesario
devolver la mirada y preguntarse de dónde surge la exclusión de ciertos
relatos en la historia nacional y por qué reforzó desigualdades sociales y políticas.
El problema de exclusión e inequidad en el campo de las memorias emerge
con el advenimiento de las democracias modernas. Aunque hoy asumamos
que los gritos de igualdad, libertad y solidaridad que animaron las revoluciones
democráticas de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX en Latinoamérica,
Francia y Estados Unidos se aplicaban a todas sus poblaciones, las
ciudadanías modernas en realidad se fundaron en inclusiones y exclusiones
políticas.
En la mayoría de las constituciones que se elaboraron en estos paí-
ses, solo los varones, blancos, letrados, con propiedad, casados, dispuestos a
portar las armas en defensa de patria y familia y con capacidad de pagar impuestos,
fueron declarados ciudadanos con derechos plenos. Solo a ellos, las
nuevas dirigencias sociales, es decir las burguesías, les otorgaron el uso de la
razón, requisito indispensable para participar de la política y de la esfera del
debate público.
Por contraste, a las mujeres, los niños, los indígenas, las negritudes, los desposeídos,
las poblaciones no escolarizadas, se les definió como “no racionales”,
más próximos al mundo de la naturaleza, las emociones y los impulsos que a
la esfera de la civilización y, por tanto, se les adjudicó el estatus de ciudadanos
“dependientes”. Otros, los considerados racionales, serían los llamados a tomar
las decisiones en su nombre.
Así, las primeras definiciones de ciudadanía y las prácticas a ellas asociadas
cumplieron el papel de regular, excluir y discriminar a muchas voces y actores.
colectivos que se vieron relegados a un “afuera” de los centros de poder y de
la recién imaginada comunidad nacional constituida por los ciudadanos con
derechos plenos (Fraser, 1997; Wills, 2002 y 2007). Los excluidos, en su calidad
de “ciudadanos dependientes”’, actuarían en el campo del mercado o en
el ámbito privado mientras la esfera pública se reservaría exclusivamente para
los ciudadanos plenos. Además, la exclusión política vino acompañada de una
discriminación cultural que valoró negativamente los atributos asociados a las
diferencias femenina, étnica, sexual, política y de clase.
Por otra parte, esta exclusión política dejó su huella en la elaboración de relatos
sobre la historia nacional que se oficializaron en textos escolares, museos,
monumentos y fechas conmemorativas. En estos relatos épicos, los gestores de
la historia se asociaron a figuras heróicas asumidas como los “grandes padres
de la patria”, los hombres blancos de letras o de armas, en su mayoría propietarios.
Mientras sus decisiones y su participación en la historia adquirían centralidad
y dignidad, la participación en los procesos sociales y políticos de los
excluidos era marginada y relegada al olvido. Ni las mujeres, ni los soldados rasos,
ni las negritudes, ni los indígenas encontraron un lugar digno en estos relatos.
A los disensos sexuales se les asignó el lugar de la enfermedad y de la cárcel,
y se les expulsó de los relatos históricos sobre la construcción de la nación.
En contravía de estas supresiones, la propuesta de construir narrativas nacionales
desde las memorias es una herramienta para la reafirmación de las identidades generalmente subvaloradas y perseguidas, un escenario para el
diálogo entre voces que muchas veces se desconocen recíprocamente, y a la
vez un campo de lucha entre distintas versiones del pasado. La elaboración
de relatos históricos, hasta ahora lugar de supresión de las diferencias y los
disensos políticos, puede justamente convertirse, mediante estos procesos de
diálogo y de disputa, en un escenario de reconocimiento y de posicionamiento
de las identidades social y culturalmente devaluadas.
Recordemos:
• Las ciudadanías modernas en realidad se fundaron en inclusio-
nes y exclusiones políticas.
• La elaboración de relatos históricos, hasta ahora lugar de su-
presión de las diferencias y los disensos políticos, puede con-
vertirse en un escenario de reconocimiento y de posiciona-
miento de las diversas identidades social y culturalmente deva-
luadas.
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